ERNST ZÜNDEL HA FALLECIDO, DESCANSE EN PAZ

Ayer, día cinco de agosto falleció en su domicilio de un ataque al corazón nuestro gran y admirado amigo Ernst Zündel, cuando llegaron los servicios médicos ya no se pudo hacer nada por su vida.
Zündel había sido un asiduo conferenciante en el local de Librería Europa y autor de varios libros editados por Ediciones Ojeda.
Probablemente más conocido por su papel en los juicios de 1985 y 1988. Fue llevado a la corte de Toronto bajo el cargo de «publicación de noticias falsas», específicamente por publicar copias del folleto «¿Murieron realmente seis millones?». Los dos juicios finalizaron en apenas 2 y 4 meses respectivamente, pero fueron lo mas parecido que ha habido a un debate a gran escala sobre el Holocausto. Por primera vez, supuestos sobrevivientes del Holocausto e historiadores estuvieron cara a cara y críticamente cuestionados bajo juramento acerca de sus dichos y puntos de vista.

Para enfrentar la batalla legal a la que fue llevado, Zündel presentó un equipo de académicos revisionistas, especialistas legales, investigadores, etc; los cuales reunieron una abrumadora evidencia obtenida de registros históricos sobre el Holocausto.

Entre los testigos de la defensa se contaron Robert Faurisson, David Irving, Mark Weber, William Lindsey, Udo Walendy y Bradley Smith. Como resultado de dichos juicios una enorme cantidad de evidencia que refuta el Holocausto fue presentada a las cortes, la cual pasó de ese modo a formar parte de los registros públicos sobre ese período de la historia. Entre los aportes más significativos se encontró el informe realizado por el experto en ejecuciones Fred Leuchter acerca del peritaje que realizó en la supuesta cámara de gas de Auschwitz.

Zündel fué encontrado culpable en el juicio de 1985, pero el fallo fue anulado por la corte de apelaciones provincial, debido a que ésta llegó a la conclusión de que el juez, entre otras cosas, dio instrucciones impropias al jurado y excluyó indebidamente evidencia de la defensa. En mayo de 1988, como resultado del segundo juicio, el jurado lo declaró culpable y fue sentenciado a nueve meses de prisión. Sin embargo, la sentencia fue apelada ante la Corte Suprema y dejada sin efecto el 27 de agosto de 1992. La Corte declaró que la arcaica ley de «publicación de noticias falsas», bajo la cual fue condenado el acusado, era inconstitucional y violaba los derechos de los ciudadanos canadienses.

La siguiente batalla legal de Zündel tuvo lugar en el Tribunal de Derechos Humanos de Toronto, bajo cargos instigados por grupos judíos, de promover el «odio o desprecio» hacia los judíos mediante el sitio web de Zündel administrado por Ingrid Rimland desde los Estados Unidos. En dicha acción legal, como el Comisionado que presidía el tribunal declaró, la validez o veracidad del supuesto odio no fué constatada.

Algunos años mas tarde, el Lobby de abogados que estaba tras Zündel ya incluía al Centro Simon Wiesenthal, Congreso Judío Canadiense, Asociación para el Recuerdo del Holocausto y la Liga por los Derechos Humanos (versión canadiense de la Liga Antidifamación estadounidense). El Lobby encontró la forma de silenciarle al denunciarlo en Alemania, ya que este país tiene leyes que permiten juzgar a personas que no creen en el Holocausto, aunque el acusado no se encuentre en su territorio.

El 1 de marzo de 2005, fue deportado a Alemania, tal como los grupos judíos lo solicitaban y recluído en la prisión de Mannheim donde enfrentó a una condena de años de prisión bajo el delito de «crimen de pensamiento» o «negación del Holocausto».

El 29 de junio de 2005 es formalmente acusado de «incitar al odio» por el fiscal de Mannheim. La acusación de basó en varios escritos que el fiscal entiendió que «aprobaban, negaban o minimizaban» acciones genocidas llevadas adelante por el régimen de guerra alemán y que «denigraban la memoria de los (judíos) muertos».

El primero y más importante de estos documentos fueron los textos subidos al sitio web de Zündel que estaba registrado y mantenido por Ingrid Rimland en los Estados Unidos, donde todos estos escritos son completamente legales.

El juicio se desarrolló en las mismas condiciones impuestas a otros «criminales de pensamiento». El acusado no pudo declararse inocente con la idea de demostrar que todas sus afirmaciones eran ciertas. El juez tenía además la facultad de prohibir la presentación de pruebas a favor del acusado. En esta oportunidad el magistrado llegó incluso a reemplazar al abogado de Zündel por un defensor público.

El 15 de febrero de 2007 fue condenado en Alemania por 14 cargos de incitación a la negación del Holocausto y sentenciado a 5 años de prisión, el máximo previsto por la ley alemana. Bernie Farber del Congreso Judío Canadiense aplaudió el fallo afirmando que el mismo servirá para «consolar» a los sobrevivientes del Holocausto.

A lo largo de los 42 años que vivió en Canadá, Ernst Zündel jamás fue convicto por un crimen. Sin embargo, fue repetidamente víctima de violencia y odio. Sobrevivió a tres intentos de asesinato, incluyendo un incendio provocado y una bomba. Soportó también años de acoso legal y repetidos encarcelamientos.

8 respuestas a “ERNST ZÜNDEL HA FALLECIDO, DESCANSE EN PAZ

  1. Nadie soy 6 agosto, 2017 / 2:57 pm

    No tiene precio el legado que nos ha dejado y sobre todo la semilla que plantó en gentes que mediante nosotros han conocido la luz de entre las tinieblas, gentes de todo tipo y condición que gracias a su arduo trabajo, hoy se puede decir que empiezan a despertar.

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  2. Cesar 6 agosto, 2017 / 5:12 pm

    Desde esta página mis saludos a un gran luchador.

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  3. Juan 6 agosto, 2017 / 7:56 pm

    Núremberg: El Crimen que No Morirá
    por Ernst Zündel, 1996

    En vísperas del aniversario Nº 50 de los Juicios de Núremberg, es conveniente que comparta con mis lectores algunas reflexiones relativas a aquellos procesos. Me gustaría comenzar con una cita reveladora y que hace pensar, que proviene nada menos que de Nahum Goldman, presidente durante mucho tiempo del Congreso Judío Mundial (WJC), en un libro titulado La Paradoja Judía (The Jewish Paradox):

    «Aparte de mi encuentro con los sobrevivientes de los campos de concentración después de la liberación, sólo retorné oficialmente a Alemania a fin de reunirme con el canciller Adenauer y entablar negociaciones sobre reparaciones. Estas reparaciones constituyen una innovación extraordinaria en términos del Derecho internacional.

    «Hasta entonces, cuando un país perdía una guerra, pagaba los daños al vencedor, pero esto era un asunto entre Estados, entre Gobiernos. Ahora por primera vez una nación debía dar reparaciones a individuos corrientes o a Israel, el que no existía legalmente en el momento de los crímenes de Hitler. A pesar de todo, debo confesar que la idea no surgió de mí.

    «Durante la guerra [el Congreso Judío Mundial] había creado un Instituto de Asuntos Judíos en Nueva York (sus oficinas centrales están ahora en Londres). Los directores eran dos grandes juristas judíos lituanos, Jacob y Nehemiah Robinson. Gracias a ellos, el Instituto elaboró dos ideas completamente revolucionarias: el Tribunal de Núremberg y las reparaciones alemanas» (La Paradoja Judía, 1978, p. 122).

    En Estados Unidos, el nuevo canal especializado Court TV está sometiendo a todo el continente de América del Norte a un programa especial sobre Núremberg, una fiesta de odio televisiva de aproximadamente 15 horas de duración en total. Del mismo modo, la Canadian Broadcasting Corporation, en su división radial, recientemente emitió una secuela, viejos noticieros de onda corta, distorsionados por electricidad estática y de sonido chisporroteante, acerca de los procedimientos en Núremberg en 1946.

    Una vez más, los comentaristas de la actualidad vomitan hasta la saciedad todo el repugnante y mentiroso testimonio de perjuros y estafadores, junto con el sombrío “testimonio” frecuentemente distorsionado acerca de los líderes militares y políticos de Alemania.

    Sólo puedo llamar a estas emisiones “difusión del odio”, un delito en Canadá, según sus leyes de odio, contra un grupo étnico identificable, a saber, los alemanes.

    El actual Estado vasallo alemán establecido por los Aliados en la Alemania de la posguerra —un Estado cuyas raíces y fundamentos se derivan de estos repugnantes procedimientos de la venganza Aliada contra un pueblo alemán vencido— no defenderá a su propia gente contra esta avalancha de odio y mentiras, de manera que yo trataré de hacerlo. Prepárese para alguna materia de reflexión.

    Habla del carácter de nuestros tiempos el que ésta pueda ser la primera vez que algunos de mis lectores se vean expuestos a un punto de vista histórico diferente acerca de los Juicios de Núremberg. Estamos tan habituados a la difamación y al libelo que a menudo ni siquiera notamos aquello o no lo reconocemos como tal. Estamos tan acostumbrados a ver a Alemania como el conveniente y meritorio chivo expiatorio por todos sus “crímenes nazis”, que difícilmente dedicamos alguna vez un pensamiento a su creación, o a sus Padrinos.

    Nahum Goldman escribe en La Paradoja Judía, página 123:

    «Durante una reunión del Congreso Judío Mundial en Londres, un judío ruso llamado Noah Baron, un maravilloso hombre y un gran idealista (…) me habló acerca de participar activamente primero que nada reuniéndome con Adenauer. Yo estaba muy indeciso en el fondo, porque no era un asunto fácil para mí hablar con los alemanes otra vez.

    «Y de hecho fue finalmente mi cabeza, y no mi corazón, lo que me decidió a negociar. Pero puse una condición previa antes de que me reuniera con el Canciller para entablar negociaciones: Adenauer tenía que hacer una declaración solemne al Bundestag [Parlamento]; él debía decir que aunque la Alemania de aquellos días ciertamente no fuese la Alemania que había producido Auschwitz (…) sin embargo había heredado las responsabilidades de los nacionalsocialistas, y las reparaciones eran su deber; él debía añadir que las reparaciones materiales no podían borrar el mal hecho a los judíos por los alemanes».

    Veamos ahora cómo comenzó —y evolucionó— este asunto de los “Juicios de Núremberg” que desembocó en tal culpa y en sumas tan enormes de reparaciones exprimidas a un país derrotado, Alemania, durante los pasados 50 años.

    Cuando pensamos en los Juicios de Núremberg, pensamos en Auschwitz, Bergen Belsen, Dachau, sitios que los Aliados “liberaron” y donde ellos “encontraron aquellos esqueletos”, produciendo útiles telones de fondo fotográficos para justificar lo que debía seguir desde entonces.

    La culpa, utilizada de manera experta, es un arma terrible, una poderosa herramienta y también una generosa fuente de ingresos. Hubo, de hecho, una política y un programa involucrado para castigar a Alemania por supuestos crímenes de tiempos de guerra, planeados e implementados mucho antes de que los “crímenes” de la Alemania nacionalsocialista fueran “revelados” a un mundo atónito, estremecido y horrorizado a través de noticieros y titulares sensacionalistas.

    Ha habido millones de palabras, y decenas de miles de libros, escritos acerca de los procedimientos de Núremberg en respuesta a esos presuntos crímenes, publicaciones en toda clase de lenguaje, todos tomando prestadas sus notas unos de otros y repitiendo la propaganda Aliada de posguerra.

    Una mentira repetida seis millones de veces, sin embargo, no se convierte en verdad por su mera repetición. Este ensayo inspeccionará las condiciones previas y los motivos de la mentira.

    Las generaciones que se han hecho adultas desde el final de la Segunda Guerra Mundial han tenido pocas posibilidades de mirar de manera crítica los Juicios de Núremberg. A ellas no se les ha permitido el acceso, por ejemplo, a la información que muestra lo que algunas personas importantes y personalidades pensaron entonces acerca del repulsivo proceso entero de utilizar leyes ex post facto [promulgadas después de los hechos] contra un ex-enemigo prácticamente indefenso, militarmente derrotado y aún militarmente ocupado.

    Según Nahum Goldman, ex-presidente del Congreso Judío Mundial, los proyectos estaban siendo planeados con gran cuidado y astucia incluso durante la guerra, y estaban siendo puestos los fundamentos para la mentira.

    Mucho antes de que Estados Unidos consintiera en proporcionar sus hombres jóvenes a una guerra fratricida luchada no por intereses nacionales estadounidenses sino en favor de los intereses de un pueblo extranjero y de un Estado que ni siquiera existía entonces, surgió a la existencia este Instituto de Asuntos Judíos en Nueva York que preparó un brebaje diabólico.

    Escribe Goldman en La Paradoja Judía, páginas 122-123, abordando este asunto:

    «La idea del Instituto era que la Alemania nacionalsocialista debería pagar después de su derrota. Aquello, sin embargo, requería creer en la derrota, en un momento en que parecía probable que la guerra en Europa estaba perdida para los Aliados; pero como Churchill y De Gaulle, conservé mi fe. Nunca dudé ni por un momento, porque yo sabía que Hitler nunca lograría moderarse y que sus excesos arrastrarían a los Aliados hacia el conflicto.

    «Según las conclusiones del Instituto, las reparaciones alemanas tendrían que ser pagadas primero a la gente que había perdido sus pertenencias por causa de los nacionalsocialistas. Posteriormente, si, como esperábamos, el Estado judío era creado, los alemanes pagarían compensaciones para permitir a los sobrevivientes establecerse allí. La primera vez que esta idea fue expresada fue durante la guerra, en el curso de una conferencia en Baltimore».

    Como sabemos, y nunca se nos permite olvidar, a su debido tiempo Hitler perdió la guerra. Entonces llegó el momento para llevar a cabo juicios-espectáculos de tipo estalinista contra la derrotada dirigencia alemana. ¿Era esto simplemente acerca de “castigo”? ¡Piénselo otra vez!.

    Continúa Goldman:

    «La importancia del tribunal que se sentó en Núremberg no ha sido reconocida en su verdadero valor. Según el Derecho internacional, era en efecto imposible castigar a soldados que habían estado obedeciendo órdenes. Fue Jacob Robinson quien tuvo esta idea extravagante y sensacional. Cuando él comenzó a tantearla entre los juristas de la Corte Suprema estadounidense, ellos lo tomaron por un tonto. “¿Qué hicieron estos oficiales nacionalsocialistas que era tan sin precedentes?”, preguntaron ellos.

    «”Usted puede imaginar a Hitler siendo procesado, o quizá incluso a Goering, pero éstos son simples soldados que cumplieron sus órdenes y se comportaron como soldados leales”. Nosotros por lo tanto teníamos el problema más grande en lograr persuadir a los Aliados; los británicos estuvieron justamente opuestos, y los franceses escasamente interesados, y aunque ellos participaron más tarde, no jugaron ningún gran papel. El éxito vino porque Robinson logró convencer al juez de la Corte Suprema Robert Jackson» (La Paradoja Judía, p. 122).

    ¿Qué siguió después? ¡Control total de las comunicaciones y manipulación de las noticias mediante la censura!.

    Las potencias Aliadas, en virtud de haber establecido un gobierno militar —uno podría llamarlo también una dictadura militar, desde muchos puntos de vista más restrictiva que lo que el Estado de Adolf Hitler lo había sido— tenía un estricto control sobre todos los canales de comunicación.

    Este hecho no puede ser exagerado. Desde el control y supervisión del servicio de correos, pasando por el del telégrafo y de los sistemas telefónicos, emisoras de radio, hasta libros, periódicos y empresas editoras de revistas, los Aliados estaban completamente a cargo mediante un inteligente “sistema de licencias”.

    Cualquiera que no se atuviera rigurosamente a la línea de la propaganda Aliada perdía su licencia o le era suspendida como castigo. Los periodistas perdían sus acreditaciones. Los periódicos perdían su ya muy escaso suministro de papel o las asignaciones de tinta para sus imprentas, o perdían sus privilegios de envíos postales a precio reducido. Adicionalmente, Alemania fue dividida en zonas de ocupación militar, que eran como mini-Estados, que emitían sus propios pasaportes, cupones de alimentos y combustible, así como tarjetas de racionamiento y vestuario fijas.

    Si usted quería viajar en la Alemania ocupada de una zona a otra en los años inmediatos de posguerra, tenía que explicar a las autoridades militares locales en una petición escrita por qué usted quería viajar a otra zona, a quién quería ver usted, y dónde usted tenía la intención de quedarse. Usted tenía que solicitar cupones de racionamiento para el período de su ausencia.

    Había otros procedimientos burocráticos, y, para el equipo de la defensa en Núremberg, restricciones muy inoportunas también, algunas a propósito, otras de manera predeterminada. Muchos trenes no viajaban según lo programado o ni siquiera en absoluto, por falta de carbón. La mayor parte de los edificios carecía de calefacción. El pueblo pasaba hambre. El campo estaba en gran parte sin hombres. Había ruinas dondequiera que usted mirara, miseria por todas partes, ¡más miseria que la que hubo alguna vez durante la guerra amargamente luchada!.

    Encuentro en mis conversaciones y entrevistas, e incluso durante mis casos judiciales, que jueces, acusadores y aún los abogados de la defensa, no tienen la más remota idea de lo que realmente era la vida para los equipos de la defensa en Núremberg en los años 1946 a 1949.

    La generación de hoy, lavada de cerebro por el alarde publicitario de alta tecnología de frenesí alimentado por los medios de comunicación y una superabundancia de imágenes del juicio a O. J. Simpson, no tiene ninguna idea de bajo qué circunstancias trabajaron los abogados alemanes de la defensa. ¡Ni la más mínima pista!.

    Además, sospecho que a la cínica generación de abogados, acusadores y jueces avarientos y auto-promocionados de hoy le importa un comino lo que era la horrible verdad y la realidad de entonces. Sin embargo, algunas de estas cosas deben ser registradas por el bien de la Historia.

    Imagine que usted dijera a los poderes de ocupación que usted quería ir a Núremberg para declarar en defensa de Rudolf Hess, Joachim von Ribbentrop, Kaltenbrunner, Göring, Streicher, o líderes militares como Keitel, Jodl, Dönitz, Raeder u otros. Si el hombre militar a quien usted solicitaba el permiso era un judío con uniforme de Rusia, Francia, EE.UU. o Inglaterra, ¡imagine la respuesta! ¿No pensaría él que el solicitante alemán era todavía un “amante de los nazis” intentando un mal adicional?.

    No se requiere ser un científico de cohetes para entender por qué muchas personas huirían de ser políticamente implicados como testigos o expertos de la defensa después de haber sobrevivido recién a una guerra brutal, horrendas incursiones de bombardeo y a las hordas violadoras y saqueadoras de los autoproclamados “libertadores”.

    ¿Quién elegiría voluntariamente exponerse para ser detenido, golpeado, torturado, etc., considerando las circunstancias? Es notable que de algún modo hubiera testigos de la defensa que aparecieron y trataron de ayudar a aquellos desdichados prisioneros en Núremberg.

    Hay casos de abogados de la defensa que habiendo localizado y convencido a testigos cruciales para que testificaran, vieron que éstos estaban siendo retenidos en campos Aliados para prisioneros, sólo para encontrarlos —¡muy conveniente para el procesamiento!— “perdidos” durante las transferencias, “perdidos” el suficiente tiempo hasta que los procedimientos hubieran pasado el punto donde su testimonio pudiera haber sido útil para la defensa.

    Estos abogados de la defensa trabajaron contra probabilidades casi insuperables. Ellos se sentaban en sótanos fríos, húmedos, sótanos de casas bombardeadas medio arruinadas con ventanas tapiadas, que trabajaban en abrigos, escribiendo con dedos agarrotados, llevando puesto sombreros, bufandas y guantes para protegerse contra el frío y la progresiva humedad.

    Ellos estaban tratando de escribir algún texto y de formular algún argumento de modo que un cliente, que era diariamente vilipendiado en la prensa y en la radio, en los noticieros y en la radio de las Fuerzas Armadas, como un monstruo despreciable y un criminal sin rasgos humanos, pudiera conseguir una apariencia de defensa en aquellos procedimientos pesadillescos y kafkianos llamados los Juicios de Núremberg.

    Aquellos eran tiempos realmente desesperados para los alemanes. La defensa se veía obstaculizada por carencia de personal, espacio, máquinas de escribir y cintas e incluso de papel carbón así como instalaciones de fotocopias y provisiones de papel. Recuerde que, en 1945, una fotocopia significaba exactamente lo que su nombre decía.

    Una fotografía tenía que ser tomada usando un tipo de película especial. Un negativo tenía que ser desarrollado y secado. Ese negativo tenía que ser proyectado por medio de una ampliadora sobre papel fotográfico sensible a la luz en un cuarto oscuro. Tenía luego que ser desarrollado usando productos químicos no fácilmente disponibles y tambores secadores eléctricos que consumían la preciosa electricidad para secar las impresiones. La electricidad era racionada severamente a aproximadamente dos horas cada día, con sólo algunos kilovatios permitidos por persona.

    Trate de ponerse en el lugar de los equipos alemanes de la defensa, cuando a dos docenas de abogados, que defendían a un gran número de clientes diferentes, se les entregaba un documento de 30, 50, 100 ó 200 páginas por parte de los acusadores —a menudo éste era el único grupo de documentos para todos los abogados— y usted tenía un tiempo limitado hasta el día fijado por el tribunal para estudiar, analizar, sopesar las acusaciones, buscar testigos potencialmente exculpadores, en un país bombardeado donde decenas de millones de personas estaban sin hogar, congelándose y privados de comida.

    Las viejas guías telefónicas todavía existentes y los directorios de la ciudad eran prácticamente inútiles, porque el servicio telefónico no estaba todavía restaurado en muchos sitios, y las personas particulares casi nunca conseguían un teléfono aprobado por las autoridades de ocupación a menos que usted fuera “esencial”, digamos, como un doctor médico.

    Ahora, veamos los derechos de los acusados para conseguir al abogado de su elección, un derecho sagrado en los países más civilizados. ¿Qué piensa usted que eso significaba en aquellos días histéricos y sin ley en la Alemania de posguerra? ¿Qué abogado podría permitirse ponerse del lado de un “monstruo nazi”?.

    Muchos años más tarde, mi propio abogado fue a veces acusado, durante mis propios procesos en la pacífica y democrática Canadá, de “estar demasiado estrechamente asociado” conmigo, el acusado, por comentaristas de los medios, otros abogados y aún, ocasionalmente, por un juez que mostró una intolerancia desenfrenada contra un acusado vilipendiado por aquellos en la sociedad contemporánea que tienen en sus manos el destino de la gente acusada.

    Imagine qué coraje deben haber requerido aquellos abogados de la defensa de Núremberg —quienes también eran padres de hijos y maridos de mujeres—, todos contentos por haber sobrevivido a la guerra, todos ellos tratando de construír nuevas carreras a partir de los escombros de la Alemania derrotada, devastada en 1946. Se requería mucho más que agallas. Se requería una real dedicación a un principio y un amor por la justicia que pocos en la sociedad de hoy podrían afirmar tener o apoyar.

    Digamos que usted era un abogado con tales rasgos heroicos. Los Aliados muy a menudo podrían declararlo a usted un “nazi” también, poniéndolo en la clase de los “criminales”, ya que el Partido Nacionalsocialista fue declarado “una organización criminal” por los conquistadores. La mayor parte de la élite intelectual de Alemania había sido miembro del Partido Nacionalsocialista, y casi todos habían ido a la guerra, y las posibilidades eran que hubieran sido severamente heridos o incluso muertos.

    Aquellos que sobrevivieron eran realmente personæ non gratæ. Ellos volvieron de una guerra devastadora, y se encontraron no sólo criminalizados sino privados de sus derechos cívicos y humanos por conquistadores crueles que todo el tiempo seguían hablando sin cesar su propaganda sobre el maravilloso Nuevo Orden Aliado.

    Si usted, contra enormes probabilidades, finalmente se encontraba examinado, interrogado y acreditado como un abogado en los Juicios de Núremberg, ¿a qué se hubiera usted enfrentado en efecto? Demos una mirada fría y dura a este así llamado Tribunal Militar Internacional (TMI). ¡Cuán honesto y noble que suena! Una etiqueta así puede esconder muchas llagas. Aquella llaga de Núremberg todavía está viva.

    Esto es lo que fue Núremberg:

    No fue un “tribunal militar internacional” en absoluto. No fue ni siquiera internacional en su composición. En vez de ello, los vencedores se sentaron para juzgar a los vencidos.

    El juez Harlan Fiske Stone, quien era entonces el presidente de la Corte Suprema estadounidense y en ese rol jefe del juez Jackson (el principal acusador estadounidense de Nuremberg), tuvo esto para decir mientras hablaba a un reportero de la revista Fortune, según aparece citado en el libro de Alpheus Thomas Mason “Harlan Fiske Stone: Pillar of the Law”, p. 715:

    «Para su información, pero no para que lo publique como viniendo de mí, me gustaría informarle que la Corte Suprema no tuvo nada que ver, ni directa ni indirectamente, con los Juicios de Núremberg, o con la acción gubernamental que los autorizó. No fui informado de la participación del juez Jackson hasta que su designación por el Ejecutivo fue anunciada en los periódicos.

    «De manera que el juicio de Núremberg es una tentativa para justificar la aplicación del poder del vencedor al vencido porque éste emprendió una guerra de agresión —explicó—; me disgusta enormemente verlo disfrazado con una falsa fachada de legalidad. Lo mejor que se puede decir es que se trata de un acto político de los Estados victoriosos, que puede ser moralmente correcto, como lo fue el secuestro de Napoleón alrededor de 1815.

    «Pero los Aliados en aquel día no creyeron necesario justificarlo mediante una apelación a principios legales inexistentes. Como un asunto práctico, me parece que las dificultades y las incertidumbres de decir quién es el agresor bajo las condiciones que producen la guerra moderna deberían hacernos dudar en asentar un principio para el futuro que siempre requeriría que aquella pregunta fuera contestada por el vencedor.

    «Todas las guerras son de hecho agresivas. La verdadera fuente de autoridad son los poderes de los vencedores sobre los vencidos.

    «No me molestaría enormemente (…) si aquel poder fuera abierta y francamente usado para castigar a los líderes alemanes por ser una agrupación malvada, pero me molesta un poco verlo vestido con el ropaje del Derecho común y las salvaguardias constitucionales aplicado a aquellos acusados de crímenes. Parece como si nos estuviéramos comprometiendo con la proposición de que el resultado de cada guerra debe ser que los líderes de los vencidos deben ser ejecutados por los vencedores».

    Ésa era la realidad. El juez Jackson, manejando el desarrollo de los procesos más importantes de Núremberg, era un hombre con ambiciones presidenciales que necesitaba un alto perfil fabricado en un escenario de auto-interés. Los Juicios de Núremberg debían ser la rampa de lanzamiento para su carrera presidencial.

    El Tribunal de Núremberg no fue seleccionado a partir de, o integrado por, los jueces de los neutrales suizos o suecos, o de algunos países africanos, asiáticos o iberoamericanos más distantes. Jueces civiles estadounidenses en gran medida compusieron el grueso de los jueces Aliados, no oficiales militares de carrera, que podrían haber tenido algún entendimiento y compasión por las condiciones por las que pasaron los líderes militares y el gobierno civil bajo condiciones de guerra extrema.

    Estos últimos podrían haber tenido indudablemente una mejor apreciación de por qué algunas medidas de guerra fueron emprendidas por Alemania en los desesperados días de la guerra. El conjunto de jueces estadounidenses de pequeñas ciudades, experimentados en clubes de campo y canchas de golf, no lo hubiera podido.

    Además, los vencedores Aliados descaradamente continuaron su guerra contra los alemanes por otros medios mucho después de que los disparos habían cesado, no mediante bombas y balas sino esta vez por medio de psicólogos que “diagnosticaban” falsamente o, peor aún, dando a los torturadores libertad de acción: investigadores cínicos y brutales que podían —y con frecuencia lo hicieron— maltratar, golpear, azotar, privar de comida, asfixiar y mutilar a sus prisioneros para conseguir confesiones y declaraciones que fueron tan cruelmente extraídas como lo fueron las confesiones de las brujas durante los repugnantes procesos por brujería de la Alta Edad Media.

    La injusticia de los Juicios de Núremberg fue testimoniada no sólo por Harlan Fiske Stone, presidente de la Corte Suprema de Estados Unidos, sino también por el juez de la Corte Suprema de Iowa Charles F. Wennerstrum, un hombre del medio Oeste, que se sentó en uno de los tribunales intentando restarle importancia a los supuestos criminales de guerra nacionalsocialistas después de la guerra.

    Wennerstrum señaló, en una celebrada y polémica entrevista dada a un reportero del Chicago Daily Tribune, que con frecuencia los interrogadores y algunos de los acusadores eran judíos que habían huído de la Alemania nacionalsocialista y que habían regresado con uniformes de los Aliados para atormentar y buscar venganza contra los nacionalsocialistas que habían querido expulsar a los judíos del espacio vital europeo porque los consideraron dañinos para el esfuerzo de guerra y para la civilización de Europa Occidental.

    El artículo describió de la siguiente manera a la gentuza que llegó a la Alemania de posguerra para ajustar cuentas privadas, como visto a través de los ojos del juez Wennerstrum, después de que él renunció disgustado:

    «Si yo hubiera sabido hace siete meses lo que sé hoy —dijo (Wennerstrum) a sus amigos cuando hizo las maletas para irse hacia Estados Unidos—, yo nunca habría venido aquí. El proceso inicial por crímenes de guerra aquí fue juzgado y proseguido por estadounidenses, rusos, británicos y franceses con gran parte del tiempo, esfuerzo y gastos, dedicados al blanqueo de imagen de los Aliados y a la colocación de la culpa exclusiva por la Segunda Guerra Mundial sobre Alemania.

    «Lo que he dicho del carácter nacionalista de los tribunales —siguió el juez—, se aplica al procesamiento. Los altos ideales anunciados como los motivos para crear estos tribunales no se han hecho evidentes.

    «El procesamiento no ha logrado mantener la objetividad a distancia del carácter vengativo, a distancia de ambiciones personales para conseguir condenas. Ha dejado de esforzarse para sentar precedentes que podrían ayudar al mundo a evitar futuras guerras.

    «La atmósfera entera aquí es insalubre. Se necesitaban lingüistas. Los estadounidenses son lingüistas notablemente pobres. Se emplearon abogados, actuarios, intérpretes e investigadores que se habían convertido en estadounidenses sólo en años recientes, cuyos antecedentes tenían incrustados odios y prejuicios europeos…» (Chicago Daily Tribune, 23 de Febrero de 1948).

    En otras palabras, los Aliados suministraron a los interrogadores, la mayor parte de ellos judíos, como han declarado algunas víctimas, que habían tenido una vida de experiencia tratando con judíos y que por esa razón los habían reconocido. Aquellos de nosotros que somos alemanes y podemos hablar alemán podemos discernir fácilmente la pertenencia étnica de algunos de los acusadores simplemente por sus acentos y patrones discursivos, incluso en emisiones de radio y noticieros.

    La mayor parte de la “evidencia” en los procesos fueron “documentales”, seleccionados por los Aliados del inmenso tonelaje de archivos capturados. La selección de documentos fue hecha por la parte acusadora. La defensa tuvo acceso sólo a aquellos documentos que la fiscalía consideró como material para el caso y que fueron puestos a disposición de la defensa. Los Aliados podían decidir liberar, esconder o destruír cualquier documento que no calzara con su estrategia de posguerra o con sus planes en Núremberg.

    Además, los Aliados admitieron en otra parte que sus ministerios de propaganda y servicios de Inteligencia previamente habían falsificado estampillas, autorizaciones, pasaportes, órdenes, carnets de identidad, etc., alemanes, que engañaron a los nacionalsocialistas muchas veces porque dichos documentos eran muy perfectos y de los cuales los propagandistas Aliados se complacen hasta el día de hoy. No se requiere un gran salto de la imaginación para suponer lo que estas mismas agencias gubernamentales de los Aliados, su personal y sus falsificadores de documentos, podían hacer entonces con todas las capturadas instalaciones alemanas genuinas productoras de documentos, las máquinas de escribir incautadas, los timbres de goma y las toneladas de papelería oficial de todos los tamaños y variedades de cualquier organización nacionalsocialista que usted quiera mencionar.

    Incluso poniendo aparte la evidencia “documental” cuestionable, veamos algo del “testimonio” de los acusados, cómo fue extraído, y lo que esto realmente significa.

    Como viles signos de exclamación, en el núcleo del Tribunal de Núremberg hay ciertas palabras: “Genocidio”, “cámara de gas”, “Seis millones”. Estas palabras, y el juicio moral anexo, se derivaron en gran parte de las admisiones y la declaración jurada de un hombre, Rudolf Hoess (no confundir con Rudolf Hess), el alguna vez Kommandant en tiempos de guerra en Auschwitz.

    Rudolf Hoess fue el testigo más importante de los Aliados. Su declaración jurada y su testimonio fueron citados extensamente tanto por los acusadores y en el juicio del TMI en Núremberg, así como por la prensa. Fue su testimonio el que puso el fundamento y validó la afirmación del “exterminio de millones de personas mediante gas en Auschwitz”. La “confesión” de Hoess es invocada muchísimas veces por historiadores como Raul Hilberg y otros como una fuente documental primaria hasta este día.

    Es verdad que Hoess atestiguó en Nuremberg “atrocidades” horrendas, y él también confirmó la “verdad” bajo el juramento de una declaración jurada que él consintió en firmar para la parte acusadora. En ella, él admitió haber dado órdenes para el gaseamiento de millones de víctimas.

    Esta declaración jurada estaba en inglés, un lenguaje que él no hablaba ni entendía, según miembros de su familia.

    Ahora sabemos gracias al libro de Rupert Butler Legions of Death que Rudolf Hoess fue golpeado casi hasta la muerte por miembros judíos de la Policía de Campaña británica tras su captura y pésimamente maltratado a partir de entonces, hasta que él dio este muy devastador “testimonio” y “declaración jurada” usados por los propagandistas de los Aliados desde entonces.

    Sea usted el juez. Aquí está un extracto de este libro de Butler, página 235:

    «A las 5 de la tarde del 11 de Marzo de 1946, la señora Hoess abrió su puerta principal a seis especialistas de Inteligencia con uniforme británico, la mayor parte de ellos altos y amenazantes, y todos ellos experimentados en las técnicas más sofisticadas de la investigación sostenida y despiadada.

    «Ninguna violencia física fue usada contra la familia: era apenas necesario. La esposa y los niños fueron separados y custodiados. El tono de Clarke era deliberadamente discreto y coloquial.

    «Él comenzó suavemente: “Entiendo que su marido vino a verla tan recientemente como anoche”.

    «La señora Hoess simplemente contestó: “No lo he visto ya que él huyó hace meses”.

    «Clarke intentó una vez más, diciendo suavemente, pero con un tono de reproche: “Usted sabe que eso no es verdad”. Entonces de repente su manera cambió y él gritaba: “¡Si usted no nos dice, la entregaremos a los rusos y ellos la pondrán delante de un pelotón de fusilamiento. Su hijo irá a Siberia!”.

    «Aquello resultó más que suficiente. Finalmente, una quebrantada señora Hoess reveló el paradero del antiguo Kommandant de Auschwitz, el hombre que ahora se hacía llamar Franz Lang. La conveniente intimidación del hijo y la hija produjo la información exactamente idéntica».

    Así es cómo la captura se llevó a cabo. Clarke, uno de los participantes, lo recuerda vívidamente:

    «[Hoess] estaba encima de una litera de tres niveles llevando puesto un piyama nuevo de seda. Descubrimos más tarde que él había perdido la píldora de cianuro que la mayor parte de ellos llevaba. Pero tampoco hubiera tenido muchas posibilidades de usarla porque habíamos metido a la fuerza una linterna en su boca.

    «Hoess gritó de terror tan sólo al ver los uniformes británicos.

    «Clarke gritó: “¿Cuál es su nombre?”

    «Con cada respuesta de “Franz Lang”, la mano de Clarke se estrellaba contra la cara del prisionero. La cuarta vez que eso sucedió, Hoess se quebrantó y confesó quién era él. (…)

    «El prisionero fue arrancado de la litera superior, y el piyama desgarrado de su cuerpo. Lo arrastraron entonces desnudo a una de las mesas de tortura, donde le pareció a Clarke que los golpes y los gritos eran interminables.

    «Finalmente, el Oficial Médico instó al Capitán: “Dígales que se detengan, a menos que usted quiera devolver un cadáver”.

    «Una manta fue arrojada sobre Hoess y lo arrastraron al automóvil de Clarke, donde el sargento vertió una cantidad sustancial de whisky por la garganta de Hoess. Entonces Hoess trató de dormir.

    «Clarke arremetió con su bastón de servicio bajo los párpados del hombre y le ordenó en alemán: “Mantenga sus ojos de cerdo abiertos, usted, puerco” (…)

    El grupo llegó de vuelta a Heide alrededor de las tres de la mañana. La nieve aún caía, pero a Hoess le fue arrancada la manta y se le hizo caminar completamente desnudo por el patio de la prisión hasta su celda. Tomó tres días conseguir una declaración coherente de él.

    Esta declaración torturada y aterrorizada del hombre fue aquella con la que todos estamos familiarizados, la “prueba” del así llamado “gaseamiento de los judíos”.

    Los historiadores hoy finalmente están admitiendo que Hoess era completamente un testigo no fiable, ¿y acaso es de extrañar? Él habló de un campo de concentración “Wolzek” que ni siquiera existe. Él juró que 2.500.000 personas fueron gaseadas y quemadas en Auschwitz, y que un adicional medio millón murió de enfermedad, para un total de tres millones de muertos.

    El Toronto Sun del 18 de Julio de 1990 afirmó que fue 1,5 millón. El Washington Post, en la misma fecha, también mencionó 1,5 millón. Citado de un artículo de Krzyszlov Leski, tenemos lo siguiente:

    «Polonia ha recortado su estimación del número de gente muerta por los nacionalsocialistas en el campo de exterminio de Auschwitz dede 4 millones a sólo un poco más de 1 millón.

    «Se acepta ahora que la gran mayoría de los muertos fueron judíos, a pesar de afirmaciones del antiguo gobierno comunista polaco de que muchos polacos perecieron en el campo de concentración más grande de Hitler. (…)

    «El nuevo estudio podría reavivar la controversia sobre la magnitud de la solución final de Hitler.

    «Shevach Weiss, un sobreviviente de un campo de exterminio y miembro del Partido Laborista del Parlamento israelí, expresó su incredulidad sobre las estimaciones revisadas, diciendo: “Eso suena chocante y extraño”. (…)

    «Shmuel Krakowsky, jefe de investigación en el monumento conmemorativo para las víctimas judías del “Holocausto” llamado Yad Vashem, ubicado en Israel, dijo que las nuevas cifras polacas eran correctas.

    «La cifra de 4 millones fue dicha sin querer por el capitán Rudolf Hoess, el comandante nacionalsocialista del campo de exterminio. Algunos la han comprado, pero fue exagerada. (…)

    «Las autoridades polacas dijeron que las estimaciones exactas del número de muertos sólo podrían ser hechas estudiando los documentos alemanes incautados por la Unión Soviética. Pero Moscú ha rechazado devolver los archivos».

    ¡Una excusa muy conveniente!.

    En 1989 organicé una campaña pública para persuadir al entonces líder soviético Gorbachev para que liberara los Registros de Muertes de Auschwitz capturados en 1945 cuando el Ejército Rojo se hizo cargo del complejo de Auschwitz. Unos meses después esto sucedió realmente. Gorbachev liberó esos documentos de suma importancia a la Cruz Roja, que mostraban hasta el mínimo detalle la causa y la fecha de muerte de los fallecidos, su nacimiento, dirección, etc.

    Se encontró lo siguiente:

    74.000 nombres de personas que habían muerto estaban puestos en una lista, de los cuales sólo aproximadamente 30.000 eran judíos, junto con un número casi igual de polacos y miembros de otras nacionalidades.

    ¡El “Holocausto” que se encoge increíblemente!.

    Los “millones” de los que hemos oído durante medio siglo y que todavía oímos y leemos hoy, comenzaron todos con el “testimonio” de Hoess golpeado durante aquella noche horrible en la Alemania derrotada.

    El historiador Christopher Browning finalmente tuvo que admitir en un reciente artículo de Vanity Fair que Hoess era un testigo no fiable. Browning declaró que

    «…Hoess fue siempre un testigo muy débil y confuso. Los revisionistas lo usan todo el tiempo por esa razón, a fin de intentar desacreditar la memoria de Auschwitz como un todo» (Holocaust Revisionism Source Book, 1994, p. 1).

    El testimonio de Hoess fue usado como el esqueleto sobre el cual fue construído el mito entero del “Holocausto” acerca de gaseamientos masivos. Los revisionistas se han concentrado en Hoess precisamente porque él es probablemente la fuente más importante para las conclusiones y exageraciones de los historiadores del “Holocausto” acerca del mismo. Raul Hilberg, que escribió la “Biblia” del “Holocausto”, “La Destrucción de los Judíos Europeos” (edición revisada, 1985), se basa fuertemente en el testimonio de Hoess, y Hoess fue el testigo primario en el que se basó el Tribunal de Núremberg en su juicio en cuanto al “exterminio de los judíos”, aunque él dijera al tribunal que había sido salvajemente torturado.

    Más aún, el tratamiento de Hoess por los Aliados y la total falta de fiabilidad de la “evidencia” de él no son inusuales. No sabemos cuántos de los acusados en los procesos de Núremberg fueron pésimamente maltratados, puesto que las referencias a sus maltratos en las transcripciones de los procesos fueron borradas del registro. Un ejemplo es el testimonio de Julius Streicher. Se reportó en el Times de Londres que Streicher declaró que él fue torturado, azotado, escupido y obligado a beber de una letrina (Streicher Opens His Case, The Times, 27 de Abril de 1946). Su testimonio fue borrado más tarde del registro del proceso con la participación activa de la fiscalía, el presidente del Tribunal, y hasta su propio abogado de la defensa.

    Otros rastros del brutal tratamiento de los prisioneros de Núremberg, sin embargo, han sobrevivido. Uno de estos testigos fue la referencia del gauleiter Sauckel a amenazas a su familia, que permaneció en la transcripción. Durante su testimonio en Mayo de 1946, Sauckel declaró que él firmó un documento, aunque él no sabía lo que había en aquel documento, después de que su familia de 10 hijos fue amenazada con la deportación a Rusia.

    Y, finalmente, no debe ser olvidado que este es el único procedimiento judicial conducido en nombre de naciones civilizadas donde no hubo ningún mecanismo de apelación a alguna autoridad paralela o superior para una revisión de los procedimientos o de algún veredicto al cual hubiera llegado este así llamado Tribunal Militar Internacional. Sus juicios sobre los dirigentes del Estado más populoso de Europa, contra quienes ellos acababan de luchar una guerra cruel y casi genocida, eran definitivos y mortales.

    Tenga todo esto en mente cuando usted lea, mire y escuche todas las exageraciones emocionales en los medios de comunicación por la televisión y la radio de estos días. ¿Y para qué? El líder judío Nahum Goldman lo explica detalladamente para usted en su sorprendente libro, La Paradoja Judía, páginas 123-125, confesando la madre de todos los fraudes. En sus propias palabras, al concluír el acuerdo que Goldman obtuvo del doctor Adenauer, el primer canciller designado por los Aliados del Estado vasallo alemán:

    «…Los alemanes habrán pagado un total de 80.000 millones (…) Sin las reparaciones alemanas que comenzaron a llegar durante sus diez primeros años como Estado, Israel no tendría ni la mitad de su actual infraestructura. Todos los trenes en Israel son alemanes, los barcos son alemanes, y lo mismo vale para las instalaciones eléctricas y mucho de la industria de Israel; y eso, dejando aparte las pensiones individuales pagadas a los sobrevivientes. Israel hoy recibe cientos de millones de dólares en moneda alemana cada año. En algunos años las sumas de dinero recibidas por Israel de Alemania ha sido tanto como el doble o el triple de la contribución hecha por colectas de la judería internacional. Hoy día, ya no hay ninguna oposición a dicho principio».

    ¡En ninguna parte donde usted mire!.

    Después de que los Juicios y Procedimientos de Núremberg sean despojados de la hipérbole y las cortinas de humo que los rodean, podrá decirse completamente sin rodeos:

    Los Aliados lucharon una guerra en costas extranjeras, en parte para establecer el Estado de Israel. Los Aliados prestaron una mano generosa a las ambiciones políticas que surgieron en el campo sionista. Por medio de los Juicios de Núremberg, los Aliados ayudaron al establecimiento y a la financiación de Israel.

    De manera que para asegurar a Israel, los Aliados y su personal se convirtieron en acusadores, investigadores, interrogadores, fiscales, jueces y verdugos —¡todo en uno!. Los Aliados suministraron los “expertos” que pasaron por cedazo los documentos alemanes, que estaban todos totalmente bajo control Aliado, destacando los documentos incriminatorios y descartando la evidencia exonerante. A estos investigadores se les dijo que sólo “encontraran” documentos incriminatorios contra los acusados, como me dijo el estudioso estadounidense Charles Weber, Ph. D., que había sido uno de estos investigadores Aliados, y que declaró en mis propios procesamientos. A estos investigadores se les dijo que ignoraran los documentos que podrían haber ahorrado las vidas de los líderes alemanes acusados. Cuando todo era dicho y hecho, no había siquiera una apelación.

    El presidente del Tribunal Supremo estadounidense Harlan Fiske Stone, hablando del Fiscal Jefe estadounidense, Jackson, finalmente dijo esto, como se menciona en su libro ya referido, p. 746:

    «Jackson está llevando muy lejos su fiesta de linchamiento de primera en Núremberg —comentó (Stone)—. No me preocupa lo que le haga a los nacionalsocialistas, pero detesto ver la pretensión de que él está dirigiendo un tribunal y procediendo de acuerdo al derecho consuetudinario.

    «Éste es un fraude demasiado moralmente hipócrita para satisfacer mis ideas pasadas de moda».

    ¡Un fraude mojigato, en efecto! Así es cómo Estados Unidos y el “mundo libre” han mostrado su gratitud a los defensores de Europa y de la Civilización Occidental: colgando a hombres bravos y honestos que intentaron tan valientemente durante tanto tiempo detener la decadencia y la hipocresía de lo que ahora llamamos, estremeciéndonos, el venidero “Nuevo Orden Mundial”.

    Inclino mi cabeza en reverencia ante aquellos que fueron judicialmente asesinados en Núremberg. Ellos fueron los mártires del mundo, no sus villanos. Ninguno de ellos hubiera sido condenado a muerte en un proceso justo. ¡Ni uno!. Ellos sacrificaron una nación entera, y al final, a ellos mismos, para salvar la civilización occidental. Ellos fueron derrotados por matones con trajes formales y gángsters en uniforme —y por las conspiraciones tramadas por leguleyos de los ghettos de Europa del Este.–

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  4. Frel 7 agosto, 2017 / 12:32 am

    Este hombre fue un gran revisionista, un valiente que ha dejado un legado muy importante.
    Descanse en paz.

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  5. Juan José 7 agosto, 2017 / 9:36 am

    Ya llegó al Walhalla, donde los Héroes y los Dioses nos contemplan; no les defraudemos y continuemos la lucha, la misma que este Hombre llevó a cabo hasta el final de sus días.

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    • elcasopedrovarela 7 agosto, 2017 / 11:21 am

      Por él y por todos los que les precedieron. De la precaria salud de Ernst también tubo culpa el pérfido sistema que le encarceló e intentó acabar con su vida en diversaa ocasiones.
      Hay una única Verdad y es la nuestra.

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      • Frel 7 agosto, 2017 / 12:13 pm

        Sin duda alguna las persecuciones que sufrió este hombre por parte del sistema le tuvieron que afectar a su salud.

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  6. Seba 9 agosto, 2017 / 7:08 pm

    Fue un heroe en tiempo de mentiras e ignominias. Como los millones de alemanes y europeos que lucharon por la verdad mediante las armas, el lo hizo tambien pero con su pluma y ejemplo. Cuando Europa vuelva a despertar, el mundo le rendira el tributo que merece y que ahora solo unos pocos le concedemos. Sieg! Heil!

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